Subsistencia, asepsia y 'Coronavirus' Logroño, España



Hola amig@s

Querid@s compañer@s de aventuras y caminos.

Les escribo desde la “Madre Patria”, para contarles alguna experiencia de este aislamiento obligado en el que, por simple instinto de conservación, no puede faltar, ir a comprar los víveres primordiales. Ayer, por segunda vez, me tocó volver. La primera (hace una semana) fue una experiencia tipo kafkiana, en la puerta del supermercado de mi barrio, había unas cinco personas esperando, conservando la distancia reglamentaria, pues, la señalización con cintas amarillas resultaba algo ambigua. La recomendación oficial sugiere un espacio mínimo, se debe estar a un metro, lo cual, entre parroquianos se calcula ¨a ojo¨. Así, también lo he visto desde mi terraza, cuando la gente, afuera de las panaderías, hace cola un buen rato, para comprar el pan (por suerte, poco me gusta). 
En fin, el asunto es que, ingresé al local, saludando al vigilante, quien me miraba con recelo -quizá por no llevar mascarilla- aunque, algunas personas la llevaban, otras no (su efectividad no está demostrada). Un hombre de aspecto africano, equipado con guantes y una bayeta, impregnada de desinfectante (supuse) se esmeraba en limpiar los carritos de la compra, cuando voy a tomar uno, me digo a mi misma -qué torpe, no he traído dinero, solo tarjeta- (según lo indicado en las recomendaciones, tan imprescindibles ante la emergencia). Para usarlos se debe introducir una moneda (la cual retorna cuando se deja de vuelta el carrito). 
En ese momento no tenía de otra, cogí una cesta. Rápido me voy en búsqueda de lo esencial: leche, verduras, algo de fruta (uso los guantes plásticos, dispuestos para ese propósito) quiero coger manzanas. Hay un hombre mayor, detenido viéndolas fijamente, pasan unos minutos, no se decide, me acerco despacio, trato de llevarme una bolsa con manzanas, sin más; agarré cualquiera, él me ve y dice –¡Bah! Están pequeñas, muy pequeñas– Le sonreí, entre sorprendida y relajada. Avancé hasta el final de la sección, curiosa, eché un vistazo y lo observo que sigue allí, sin decidirse, pienso: -al menos hay frutas, no está la situación para ponerse de exigentes-. 

Luego, voy por algo de pollo, empiezo a mirar las bandejas, llega una mujer de unos sesenta años, bien vestida, maquillada -ataviada con mascarilla y guantes azules de látex- se sitúa muy cerca de mí (rompiendo la distancia reglamentaria) me muevo un poco, intento guardar los límites, ella me sigue, yo pretendía escoger una bandeja y ella, estaba casi respirandome en el cuello, la miré desconcertada -como pidiendo una explicación- pero ni se inmutó, siguió escrutando en las bandejas, parecía ignorarme; entonces, agarré una, sin importar cual fuera, daba igual, mejor no decir nada y retirarme de allí cuanto antes. 
Seguí, hacia otro pasillo, se me iban olvidando los productos de aseo -ya tenía pocos en casa- debía aprovisionarme de los básicos: lejía, alcohol en gel y papel higiénico, al llegar, me llevo la -no grata- sorpresa: las estanterías están completamente arrasadas (como en la guerra) Tal vez, estamos en una de las peores -una de virus–. 

En definitiva, la paranoia por la pandemia del coronavirus, tiene sus repercusiones sociales, la gente salió en masa a comprar -cual saqueadores hambrientos-. Se respira (además del virus) cierta desconfianza o recelo de un@s con otr@s. Así que, no tengo de otra, me dirijo a pagar, y regresar a mi morada, con lo justo.

Con esta crisis, la improvisación parece estar a la orden del día. En mi segunda visita al supermercado, ya no estaba el hombre desinfectando los carritos, todas las personas llevaban mascarilla y guantes. Un vigilante en la puerta controlaba el aforo -dentro y fuera del establecimiento- con el fin de conservar la ¨distancia reglamentaria¨. Todo parecía tan solemne. Por el altavoz repetían una y otra vez: 
¨estimado usuario, le recordamos: el suministro de víveres está garantizado durante todo el estado de emergencia, compren solo lo necesario, no entren en pánico¨. 

Todo indicaba, que no debíamos agobiarnos, pues -aunque no pareciera- l@s usuari@s, al completo, podríamos proveernos sin dificultad alguna.¨Son situaciones donde debemos aprender a ser más solidarios¨ -comentó alguno al pasar-. L@s comprador@s, íbamos con las miradas esquivas, cada cual a lo suyo; las cajeras bastante amables –antes se quejaban- ahora tenían la protección adecuada y -quién lo creyera- el pasillo de implementos de aseo ¡por fin! Estaba abastecido… 
ya no escasea nada, ni siquiera, el preciado papel higiénico.

Si el virus no se interpone, seguiré informando. Un abrazo.

Morgan





Foto: Sergio Beobide

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