Adopción de polizones - Bogotá, Colombia

Bogotá, 2 de abril de 2020

Hola, queridos amigos

Les escribo desde este confinamiento que tiene tanto de obligatorio como de voluntario, y que a menudo mal se ha denominado “aislamiento social”. Digo “mal” porque todavía podemos escribirnos y leernos, más allá de las fronteras físicas que nos separan, de los tapabocas que no logran acallar nuestras voces, de los guantes de nitrilo que para nada obstaculizan el ejercicio de la escritura.

Llevo más de diecisiete días resguardado en el apartamento, sin perder todavía la cordura. Supongo que será gracias al gran ventanal que me da esa ilusión de exterioridad, al hecho de que las clases de la universidad han seguido aunque ahora desde la virtualidad, pero especialmente porque, contrario a lo que pensaba cuando todo esto empezó, ya no me encuentro tan solo.

Y es que tengo una nueva mascota. Permítanme contarles cómo llegó a mi vida.

En el afán por aprovisionarme de víveres, fui al mercado y llené el refrigerador con mis vegetales favoritos; entre ellos, varias mazorcas, o choclos, o maíz, o como lo quieran llamar. ¡Hubieran visto mi sorpresa cuando, al pelar una de las mazorcas para hacer una arepa, encontré un pequeño y verdoso polizón! Aquel intruso se me había adelantado a degustar la mazorca, pero además se había colado ilegalmente, pese a la orden de aislamiento, al interior de la aparente seguridad de mi hogar.

Dudé, debo admitirlo, si el polizón (como tantos otros polizones en el mundo) enfrentaría las peores consecuencias de tan imperdonable delito. Mas opté por perdonarle la vida, en estos tiempos en los que el virus ya no se la perdona a nadie y todos nos andamos aferrando al mundo como lo hacía mi polizón a su tan anhelada mazorca.

Me puse entonces en la tarea de crear una suerte de nicho artificial en donde el pequeño gusano cogollero, Spodoptera frugiperda, o soldado como se le llama popularmente entre campesinos (me pregunto a qué soldado se referirán considerando que es una de las peores plagas de más de 50 tipos de cultivos en América), pudiera sobrevivir en esta realidad tan impregnada de muerte. Tomé un recipiente de vidrio, algo de tierra de una de mis plantas, algunas hojas de mazorca y un par de granos que le sirvieran de alimento. Para ser franco, poca fe tenía de que pudiera sobrevivir a condiciones tan artificiosas, aislado y rodeado por el cristal, tan lejos de aquellos cultivos de mazorca calentados por el sol tropical, balanceados por el viento fluctuante de la llanura y bendecidos con la lluvia fresca de las noches en el campo.

Pese a mi desesperanza, lo bauticé Covid, inspirado tal vez por una ironía que me exorcizara de la angustia, de la incertidumbre de estos tiempos, que expresara la fragilidad de nuestra existencia ahora tan evidente, tan explícita, tan cruda.

Hoy, después de diecisiete días, Covid sigue creciendo, se hace cada vez más fuerte, puede que algún día se vuelva mariposa o en el peor de los casos se transforme en una corriente polilla. Pero a la vez Covid fortalece mi esperanza de que es posible vivir tras los vidrios de ese apartamento circular, que una vida sencilla es posible en el extrañamiento de lo artificial, siempre que no falten los granos de maíz y algunas hojas sobre las cuales descansar.

Hoy, después de diecisiete días, comprendo mejor sus rutinas, sus horarios de alimentación, sus momentos favoritos para la exploración y casi puedo decir que hasta Covid tiene su propia personalidad, no tan diferente a la mia cuando me encuentro tras las fronteras de mi apartamento de cristal. No descarto que algún día Covid crezca tanto que hasta de mi se pueda alimentar. Seguiré escribiendo para notificar mi supervivencia y la suya.

Les comparto una foto de Covid. Y ustedes, ¿ya tienen una nueva mascota?

Demian

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